viernes, 7 de mayo de 2010

APOLOGISTAS

Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio / El Financiero
En esta semana, el presidente Felipe Calderón, el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, y algunos intelectuales afines al poder se lanzaron contra el mensajero. Son los medios, coincidieron, quienes han hecho apología del delito y contribuido a la angustia nacional. No es la primera vez que el presidente se refiere a ello, pero no había sucedido que los discursos se alinearan de una forma tal que buscaran provocar un debate de medios sobre la responsabilidad de medios. Y varios cayeron en el garlito.
El alegato gubernamental es tramposo. La guerra por las mentes que acompaña desde el principio la estrategia de la guerra contra los narcotraficantes, ya tuvo su punto de inflexión. En el último mes perdió a la opinión política, incluso varios de sus apologistas en los medios tomaron distancia, y en los últimos días se comprobó que también va perdiendo a la opinión pública. Una reciente encuesta de Consulta Mitofsky, encontró que el 44 por ciento de los mexicanos piensa que los medios sí reflejan lo que sucede en el campo de batalla, contra 18 por ciento que cree que exageran y 33 por ciento que está seguro que ocultan la verdad, que debe ser peor.
El gobierno está perdiendo la batalla más importante en su guerra, la de la comunicación. Más de tres años de propaganda sistemática, planeada, organizada e instrumentada desde Los Pinos, se convirtieron en un bumerán que el presidente no quiere reconocer. Entre los principales errores está el cambio de mandato, la falta de la definición de la victoria que ha hecho de esta guerra una campaña interminable, un lenguaje equivocado para aproximarse al fenómeno, y una propaganda que al ensalzar las acciones gubernamentales logró, contrariamente, la apología del delito.
El primer error es de origen. El presidente dice que la guerra es de todos. De alguna manera lo es, porque al enfrentar a todos los cárteles al mismo tiempo y sacudir las estructuras del crimen organizado, las externalidades tocaron a toda la población ajena al conflicto. Pero esta guerra no fue el mandato con el cual ganó Calderón la Presidencia, sino el empleo. Al no tener el mandato sobre la seguridad, tampoco ha podido construir el consenso nacional que respalde su cruzada nacional. Su guerra contra los cárteles no fue discutida con el Senado y el Congreso, ni explicado claramente al país por qué la inició en forma unilateral.
El segundo error es la falta de definición de la victoria. Nunca se puso de acuerdo el gobierno sobre el objetivo. El secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y el exprocurador general Eduardo Medina Mora, afirmaban que era para romper las rutas de distribución y comercialización de drogas, con lo cual secarían las finanzas de los cárteles y provocarían su implosión. El presidente la justificaba por un problema de salud por el incremento del consumo de drogas en las escuelas. Y el exsecretario de Gobernación Francisco Ramírez Acuña, sostenía que querían recuperar los municipios bajo el control del narco. Al carecer de un puerto común de destino, proliferó la confusión interna y externa.
Este error tenía una solución: cambiar el concepto de "guerra" por el de restauración del Estado de Derecho en todo el país y combate a la impunidad. Bajo este paraguas podía haber hecho exactamente lo que está haciendo sin crispar los nervios de la sociedad. Éste es el tercer error. La semántica y la implantación de una idea ubicaron al gobierno no en una lucha para construir un país de leyes, sino en la dinámica de buenos y malos donde, por las pugnas en su gabinete de seguridad que no resolvió a tiempo, y acusaciones recíprocas de corrupción entre García Luna y Medina Mora, los malos, para muchos ojos en la opinión pública, no se encuentran sólo en el crimen organizado sino dentro del gobierno.
El cuarto error envuelve todo: la propaganda de Los Pinos. La propaganda nunca tocó los varios objetivos planteados en la lucha contra los cárteles, sino que tuvo el propio, enfocado al recuento de narcos, armas, dinero y propiedades decomisadas, con el propósito de mostrar los avances de la cruzada. Tampoco tuvo la prudencia del lenguaje. La narrativa fue bélica, de policías y ladrones, de valientes y cobardes, con un énfasis en el reduccionismo del si no estás conmigo estás contra mí.
Desde el arranque del gobierno el eje del discurso presidencial fue la lucha contra las drogas. Fue una agenda que impuso a base de un mensaje que terminó convenciendo a todos. La manera como se alertó a México y al mundo de lo que pasaba en México, maduró a tiempo para que empatara con la ola de violencia y número de ejecutados que en un año subió de miles a decenas de miles.
Al discurso se le añadieron los espots. En la Presidencia se diseñó una interminable campaña de espots sustentados en averiguaciones previas, donde presuntos sospechosos eran identificados como asesinos y delincuentes. Los espots se tomaron la libertad de utilizar investigaciones en curso, violando el Código Penal. Junto con ello, se mostró qué tan ricos eran los criminales, lo hermoso de sus mujeres, sus fabulosos automóviles, sus propiedades y sus excentricidades. Para un núcleo de 250 mil jóvenes al año que no tienen acceso ni a la universidad ni al mercado laboral, esos espots equivalían a un anuncio de empleo, pero patrocinado por la Presidencia.
Visto todo esto, ¿quiénes realmente llenan los requerimientos de apologistas de la delincuencia? Probablemente hay medios que entren en ello, pero no más que los propagandistas en Los Pinos. ¿Quiénes son los que han elevado el volumen a la información de esta guerra? Los medios sin duda, pero no más que los estrategas de comunicación en Los Pinos y el presidente mismo como el principal vocero. ¿Quiénes son los responsables que este país esté de cabeza sin discernir entre realidad y percepción? Quizá los medios, pero definitivamente no más que el presidente y su gobierno, que inventaron la idea de una guerra, que la promovieron como tal, y que la están sufriendo, paradójicamente, por el éxito que tuvo una propaganda y una comunicación política totalmente equivocada.


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