domingo, 9 de mayo de 2010

CLINTON SE ASUME CULPABLE

Guillermo Knochenhauer
La FAO pretende crear un movimiento mundial “que le permita a la gente manifestar su descontento por el hecho de que en el siglo XXI, más de mil millones de seres humanos no tengan acceso a alimentos suficientes”. Se trata del proyecto “Mil millones de hambrientos” que será lanzado el próximo martes 11 de mayo desde la sede central de la FAO, en Roma.
Si tienen éxito las manifestaciones de descontento por el hambre de una sexta parte de la humanidad (que no está concentrada en África o cualquier otra región, sino que está presente y visible en casi cada país), tendría que medirse por los cambios que provoquen en el mundo entero. Identificadas y focalizadas las causas del problema, se tendría que lograr que la presión social en cada nación sea lo suficientemente fuerte como para oponerse a que las leyes del mercado y sus “imperfecciones” rijan las condiciones alimentarias de la gente.
Una causa fundamental de la pobreza y el hambre en muchos países radica en haber dejado que las leyes del mercado, tan veneradas por muchos gobiernos, rijan la producción y distribución de alimentos. Esa causa particular la describió William Clinton, ex presidente de Estados Unidos, el 10 de marzo pasado refiriéndose a Haití.
Al informar al Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense de sus gestiones como enviado especial de la ONU en auxilio de Haití después del terremoto de enero pasado, Clinton reconoció que él tiene responsabilidad en que el país antillano haya perdido su autosuficiencia alimentaria.
El ex presidente se refería a que en 1995, cuando él tenía un año en su cargo, los exportadores de arroz estadounidense presionaron para conseguir que Haití rebajara del 50 por ciento al 3 por ciento los aranceles que protegían la producción del cereal en esa nación.
Clinton apoyó a sus granjeros e hizo que el FMI y el Banco Mundial le "sugirieran" a Haití un plan de liberalización comercial rápida. Así lo hizo el gobierno haitiano: en pocos meses, los aranceles a las importaciones se desplomaron al 3 por ciento, lo que le abrió la puerta a las compras masivas de arroz subvencionado procedente de Estados Unidos.
Ese arroz subsidiado era mucho más barato que el producido en Haití: 3.8 dólares contra 5.12 dólares por libra, lo que llevó al gobierno local a verle “ventajas comparativas” a ese comercio. Al principio bajaron un poco los precios al consumidor, pero luego resultaron inalcanzables para los miles de campesinos y sus familias que abandonaron sus tierras para irse a buscar alternativas de trabajo en la ciudad que por supuesto, no encontraron.
Aumentó la pobreza, el hambre y la dependencia alimentaria de Haití, que en los años ochenta del siglo pasado sólo compraba afuera el 19 por ciento de sus necesidades alimenticias; justo antes del terremoto, importaba más del 50 por ciento, igual que México en la actualidad.
Clinton dijo, literalmente, que "tal vez haya sido bueno para algunos de mis [sic] agricultores en Arkansas, pero no ha funcionado. Fue un error. He tenido que vivir cada día con las consecuencias de que Haití haya perdido su capacidad de producir arroz para alimentar a su gente, debido a las decisiones que yo tomé; nadie más”. (En http://ideascontralapobreza.blogspot.com/ puede ver la narración completa).
Lo interesante de esa confesión de culpa, es que describe la manera en la que han operado los mercados agrícolas internacionales durante los últimos 30 años, es decir, eliminación de aranceles a las importaciones y abandono del sector rural por parte de gobiernos que, como el de México y muchos más, quisieron ver “ventajas” en la importación masiva de cereales subsidiados de Estados Unidos. Nuestro país, por cierto, producía casi un millón de toneladas de arroz pulido hace 20 años, pero en 2008 solamente se cosecharon 320 mil toneladas y el año pasado 280 mil toneladas, de las cuales no se han podido vender 20 mil toneladas debido a que no compiten en precio con las importadas.
El jefe de la ayuda humanitaria de las Naciones Unidas, John Holmes tiene claro que “la combinación de ayuda alimentaria e importaciones baratas han resultado en la falta de inversiones en la agricultura haitiana. Ese es un fenómeno global, del que Haití es un primer ejemplo; creo que por ahí debemos empezar”.
La racionalidad financiera hace ver ventajas inmediatas en comprar alimentos baratos; para empezar a derrotar el hambre entre nosotros, tendrían que enmarcarse la producción y distribución de alimentos en políticas de Estado que entiendan la soberanía nacional y que en el lugar del crecimiento económico como centro de las políticas públicas, se instale el desarrollo humano.

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