jueves, 20 de mayo de 2010

Y CUANDO EUROPA

Antonio Navalón / El Universal
“Existe el temor generalizado de que los niños de hoy tendrán una situación menos acomodada que la generación de sus padres”, se sentencia en el informe que elaboró el Grupo de Reflexión, presidido por el ex presidente español Felipe González, sobre la situación actual y el futuro de la economía europea. No es un temor infundado, es una certeza. Los hijos de europeos, norteamericanos o mexicanos, tendrán que vivir el cruce relacionado de varias crisis que resultarán catastróficas.
Europa, madre de la cultura civilizadora en que hemos nacido, crecido y desarrollado, ha entrado en agonía.
Los presidentes de la Eurozona, en reunión extraordinaria y cuando la sangre ya había sido derramada en las calles de Atenas, dijeron: salvemos el euro. Pero nadie sabe cómo ni cuándo, ni si se quiere salvar a Europa. Los gobiernos sólo han parchado los agujeros cada vez más profundos que van abriéndose en el suelo. Ninguno quiere anunciar a sus ciudadanos la mala nueva: “esto se acabó”.
Los gobiernos de Europa, Estados Unidos o México no cogen el toro por los cuernos porque no hay una política alterna. Eso significaría comenzar a trabajar en modelos con costos en puestos laborales irrecuperables y condiciones de vida que inevitablemente empeorarían.
“Crisis económica global, Estados yendo a salvar a sus bancos, envejecimiento de las poblaciones que amenazan la competitividad de nuestras economías y la sostenibilidad de nuestro modelo social, presiones a la baja en costes y salarios, desafíos por el cambio climático, creciente dependencia energética, cambio hacia el Este en la distribución global de la producción y el ahorro”, se lee en el informe. El último párrafo describe la tragedia. La hegemonía europea se acabó mientras comienza el despertar de otras zonas del planeta que poseen niveles de bienestar social y de competitividad nunca soñados.
Hace más de 30 años se previó este despertar. En 1973, el libro Quand la Chine s´éveillera... le monde tremblera (Cuando China se despierte… el mundo temblará), de Alain Peyrefitte, conmocionaba a Europa al abordar no sólo la reforma económica de Deng Xiao Ping y la Revolución Cultural, sin la cual la historia mundial sería diferente, sino un despertar de chinos no resignados a morir de hambre para que los bien alimentados occidentales pensáramos en ellos sólo un día al año, en alguna colecta para negros y asiáticos pobres. Nadie percibió cuando 41% de la población mundial —lo que suponen China e India— despertó, empezó a trabajar y vino a cenar. Nadie les invitó, pero una vez sentados en la mesa descubrieron que laboralmente ellos estaban aportando más al festín. Europa acaba de aprobar un paquete tan demencial como el aceptado por el gobierno de Obama. Ya sé que el boquete debe taparse para no ahogarse, pero… ya veremos. Porque si el “ya veremos” incluye encontrarle un nuevo puerto a un barco que hace agua, nadie se atreve a buscarlo.
Obama no solamente debe construir un mundo más allá del arcoiris —como la canción del Mago de Oz, bien ligada a su abuela y madre nacidas en Kansas— más justo, menos violento y contaminado, sino que en el viaje hay que explicarle a la gente que se acabó el pastel.
No son tan diferentes los europeos de los estadounidenses. Los presidentes de la Eurozona se encontraron en la misma tesitura que Obama cuando asumió el poder. Puede que Obama haya salvado al dólar, aunque todavía no está claro si sabrá salvar a Estados Unidos. La decisión de juntar de golpe 750 mil millones de euros salva a la moneda, mas no garantiza la continuidad de Europa. ¿Puede la Unión Europea seguir existiendo? ¿Están dispuestos los europeos a aventurar un programa económico alternativo?
La economía es una concurrencia colectiva basada en quién trabaja, produce y compra y a qué precio… Son valores que en Occidente han ido desapareciendo. El informe también indica que el consenso entre lo social y el mercado se ha visto “desprestigiado en la medida en que las desigualdades han aumentado”. Para muchos europeos la exclusión y las deficientes condiciones de trabajo son aún una realidad. También identifica el fin del domino occidental: los desafíos actuales exigen que el modelo social de mercado “sea redefinido y adaptado al contexto cambiante”. A esta última frase habría que añadir que ni China ni India —uno el país comunista con más éxito del mundo y el otro la mayor democracia formal—, cada uno por razones diferentes, son miembros de la feligresía de la religión del libre mercado. Europa está enferma de sí misma. Se ha quedado sin un modelo que le dé un objetivo y una dimensión más allá de su propio poderío económico. Han envejecido sus clases dirigentes acomodadas del norte y se mira con desconfianza a las del sur, incluida Turquía, pese a que las grandes conquistas del mundo se van viviendo abajo.
En este momento, la seguridad social universal está destinada a una población creciente cuya esperanza promedio de vida es de 82 años. No hay país que aguante eso. Si además hay menos gente que trabaje porque cada vez hay más huelga de vientres caídos, entonces ¿quién producirá para mantener a nuestros viejos?
Efectivamente, los de arriba tienen más que perder que los de abajo, porque cuando pudimos compartir no lo hicimos, ahora ya es tarde, porque el que viene liderando lo ha hecho sobre la base de no prometer, sino obligar a condiciones laborales abusivas frente a las que no tenemos posibilidad alguna de competir.
Europa salvó el Euro, pero como le sucede a Estados Unidos, no se cuestiona cuál es el modelo económico, político y social que facilite un mundo menos humillante, con menos especulación y más igualitario. Aunque hubo mucho dinero para salvar la coyuntura, sin un nuevo modelo económico el occidente continuará en crisis.




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