miércoles, 23 de marzo de 2011

HOYOS NEGROS Y TASAS CERO

Edgar Amador / El Semanario
Para rescatar a la economía global de una destrucción difícil de mesurar, los bancos centrales del mundo tuvieron que llevar el costo del dinero a prácticamente cero por ciento, es decir, a regalar el dinero a los bancos con la esperanza de que estos a su vez, al gozar de nulos costos financieros, traspasaran esas ventajas al financiamiento que otorgan a empresas y familias.
Desde 2009 hasta la fecha, es decir, desde hace casi dos años, Estados Unidos y Europa se han unido a Japón en una política monetaria que implica una tasa de interés de prácticamente cero por ciento. Impuesta por la necesidad, esta política monetaria extrema parece comenzar a dar resultados, en vista de los datos relativamente alentadores en la producción y la confianza del consumidor en los países industrializados, pero existen implicaciones que vale la pena subrayar con el fin de pensar en las posibles consecuencias que tendrá la salida de esta singularidad.
La primera observación tiene que ver con las distorsiones que lógicamente produce una política de tasas cero, al no discriminar entre los proyectos de inversión alternativos, y el de alentar a empresas y familias a invertir en proyectos que en condiciones normales serían ineficientes.
Me explico. Si la tasa de interés fuera de 10%, las empresas y familias tomarían el crédito de los bancos y buscarían invertirlos en proyectos que produjeras un rendimiento estrictamente superior a dicho costo, pues un rendimiento menor implicaría no poder pagar el financiamiento. Lo mismo aplica si las tasas de interés se encuentran al 15% o al 5%, y en general, para toda tasa de interés distinta de cero.
Pero una tasa de interés de cero por ciento, instaurada por los bancos centrales ante la urgencia de la debacle financiera de 2008-2009, tiene un efecto singular: basta cualquier rendimiento positivo, por menor que sea, para que dicho proyecto sea emprendido por los agentes. Los incentivos para que proyectos estrafalarios, con un retorno incierto, sean ejecutados, florecen en un entorno de tasas de cero por ciento.
Una política de tasas cero busca de manera explícita regresar a los inversionistas el hambre por el riesgo que perdieron como consecuencia de la masacre financiera de 2008-2009. La hecatombe financiera tan vasta y prolongada que sufrieron los mercados financieros y las economías llevó a que los inversionistas buscaran refugio seguro en bonos gubernamentales y en la pura liquidez, alejándolos de proyectos productivos en particular y en general, de casi cualquier inversión riesgosa.
El alejamiento de proyectos riesgosos implica que los inversionistas se han alejado de proyectos que generen empleos y produzcan nuevos bienes y servicios. La política de tasas cero busca explícitamente entusiasmar a los inversionistas para que regresen a estos proyectos: luego de quemarse con la leche, los bancos centrales intentan que los inversionistas no le soplen al jocoque.
Pero esta política de tasas cero contiene una jiribilla: su naturaleza no permite discriminar entre proyectos eficientes y los que no lo son. Una política de tasas cero incentiva la inversión tanto en una carretera en medio de dos puntos en el desierto, como en una carretera entre dos puertos industriales. Si la tasa de interés es cero, igual da invertir en un tren bala que vaya de Los Ángeles a San Francisco, como los que quiere hacer Barack Obama, a pesar de la evidencia que dice que ese tipo de proyectos no es el más adecuado, y que esos trenes bala darían al traste con la exitosa reconversión de la industria ferrocarrilera de carga de los Estados Unidos.
Una de las parábolas más caras a John Maynard Keynes, el cual fue utilizada por sus enemigos varias décadas después, cuando las políticas keynesianas ya habían tenido éxito en sacar a las economías de la recesión, dice que en estas circunstancias de tasas cero, habría que hacer hoyos para volverlos a tapar.
En efecto, en circunstancias tan urgentes como las que vivimos en 2008-2009, era necesario incluso gastar en hacer hoyos absurdos para taparlos después con tal de mantener el empleo y la producción y evitar la recesión. Hacer hoyos para taparlos después tiene lógica en un entorno de recesión extrema. El problema es que las tasas cero han durado ya demasiado tiempo, y están prolongando los incentivos para emprender proyectos no rentables.
La verdad es que a lo mejor no había de otra: la recesión global de 2008-2009 estuvo a punto de producir una depresión global, la cual fue evitada por esta prolongada política de tasas cero. Parece que las cosas comienzan a funcionar. Parece que las economías inician su despegue, y cuando la recuperación madure, los bancos centrales tendrán que alzar sus tasas de interés.
Y cuando las tasas de interés reboten, y dependiendo de la velocidad con la que reboten, muchos proyectos que no debieron de haberse hecho nunca, muchos hoyos que no debieron de cavarse y de taparse, verdaderos hoyos negros económicos, saldrán a luz y enfrentarán la hora de verdad: su retorno no será suficiente para pagar las nuevas tasas de interés.

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